A cool novel about ninkyō dantai (with a big surprise).

21.8.06

13. Oops!

Irony is the hygiene of the mind.

Princess Elizabeth Asquith Bibesco

– Maldición, han barricado el maldito túnel.

– ¡Santas barricadas Hideki!

– ¿Perdón?

– Afortunadamente traigo siempre un bazooka en la cajuela.

Hideki desenfunda su wakizashi para atravesar el asiento trasero del auto hasta el maletero.

– ¡Maldición, aquí no hay un bazooka! ¡Malditos, te lo han quitado!

– Era una broma… –Tetsuo finje tristeza.– Mi pobre Eclipse… Ah ¡qué diablos!

Tetsuo acelera como si se le fuera la vida en ello y piensa "Hideki, que nombre ridículo, debe ser un hijo no querido, sus padres seguramente no conocían los métodos anticonceptivos…".

– Hideki, si salimos vivos de esta, yo invito las geishas y vos el sake.

– ¡Maldición! ¿De qué estás hab…?

Hideki es interrumpido por una potente sacudida. El auto se estrella violentamente contra la barricada, destruyendo la mayor parte del mismo. En la cabina del vehículo, el impacto es amortiguado por los airbags.

Los yakuzas que se encontraban detrás de la barricada tardan un momento en reaccionar y entender lo que ha sucedido. Algunos quedaron atrapados por los escombros, otros heridos por las esquirlas. Los gritos de dolor retumban en el túnel. Los que aún pueden mantenerse en pie, sacuden el polvo de sus mentes y se abalanzan sobre lo que queda del auto.

– Hideki, no funcionó. Probemos suerte con los muertos que caminan.

Cuando Tetsuo logra que Hideki reaccione, salen por la luneta del auto y corren con todas sus fuerzas hacia los zombies. Los yakuzas los acusan de cobardes por buscar refugio en el gentío, entre gente inocente.

– ¡Más gallina será la clueca de tu hermana!

Mientras tanto, en un bar de la ciudad, los presentes miran incrédulamente las noticias sobre la invasión zombie.

– ¡Bah! Es una campaña de distracción del gobierno. El pasado año la deflación ha sido la peor de la historia…

– No lo ven ¡es el virus Z desarrollado por la corporaciòn multinacional Piloto®!

– ¡Los dioses están furiosos!

– Claro, y el dulce de leche es argentino…

– Probablemente el infierno desbordó de insolentes como ustedes… Este es nuestro castigo, y vuestra culpa.

En la calle, Tetsuwan Atomu se encuentra en un atasco de tráfico. No puede creer que le esté sucediendo esto a él. En diez años jamás ha llegado tarde al trabajo. No soporta más la espera, se baja del coche y comienza a correr hacia el atolladero. Corre con todas sus fuerzas para no llegar tarde al trabajo. Siente que sus pulmones lo queman por dentro, pero sigue corriendo como si no existiera el mañana. A su paso ve que las personas corren en sentido contrario con la marca del pánico en sus rostros. Cuando llega a la encrucijada, todo se debe a un choque múltiple.

Momento, –piensa– los autos están vacios.

La gente está gritando histérica y forcejea con unos individuos andrajosos y malolientes.

Lo único que nos falta –se dice– es un cacerolazo.

Tetsuwan recibe un golpe por la espalda y cae desmayado como si su cuerpo no tuviera estructura ósea.

De vuelta al túnel, Hideki y Tetsuo logran atravesar la masa de zombies sin ser siquiera tocados, se abren a su paso cual Moisés atravesando el Mar Rojo. Los yakuzas, en cambio, son entorpecidos por el andar parsimonioso y sin rumbo de estas extrañas criaturas con forma humana.

A pesar de estar entrenados y armados, extrañamente, los yakuzas son superados por el número de zombies que parece no decrecer nunca. Cómo termina esta batalla no importa, después de todo, son carne de cañón, ¿recuerdan?

– ¡Maldición!, logramos escapar de los yakuzas y… esas… esas malditas… cosas. ¿Ahora qué, Tetsuo?

– Al norte, "¡maldición!" Hideki. Hacia el norte.

Tetsuwan abre sus ojos y ve un techo blanco. Se encuentra en una cama del hospital central. Lo reconoce porque le extirparon el páncreas el mes pasado y estuvo en una habitación idéntica a esta. Se aproxima una, hermosa, enfermera.

– Holaaaaaa ¡en-fer-mera!

– ¿Cómo se siente?

– Como si hubieran hecho sushi con mi cerebro. Tuve un sueño extrañísimo, soñé que los muertos volvían e invadían la ciudad. ¿No es gracioso? Lo último que recuerdo es la sensación de ser golpeado en la cabeza con un palo.

– Efectivamente, está aquí por una contusión en la cabeza.

– Bueno, muy agradable hablar con usted señorita pero yo debo llegar al trabajo.

– No creo que tenga usted trabajo al que ir, salvo que sea de defensa civil, policía o bombero voluntario. Cosa que no parece.

– ¿Qué quiere usted decir? ¿qué es todo ese ruido?

Por la ventana se ve un centenar de zombies haciendo destrozos en las marquesinas de los negocios y la gente gritando en pánico, disparándoles, golpeándolos con lo que encuentran a mano o simplemente corriendo.

Luego de interminables horas, Hideki y Tetsuo llegan a una ciudad en ruinas, ciudad que, alguna vez, se planeó que iba a ser la nueva capital del Japón. Delirio de un emperador demasiado amigo del sake y el awamori.

– Allí, Hideki, refuigiémonos en ese paseo de compras. –Hideki y Tetsuo ingresan a un edificio con locales comerciales que nunca llegaron a abrir sus puertas.– Aquí podremos pasar la noche y encontraremos armas y comida para poder seguir adelante.

Luego de asegurar todas las entradas y salidas del edificio para no ser sorprendidos, comienzan a deliberar sobre lo sucedido esa tarde en el túnel.

– No sé qué relación existe, Tetsuo, pero, desde que aparecieron esas criaturas, no puedo quitarme de la cabeza, como si fuera una melodía hedionda pero pegadiza, la palabra teletubbies

– ¡Maldición, deja de bromear maldito Tetsuo!

– tubbies… ubbies…

– No entiendo cómo logramos pasar entre esas criaturas como si fuéramos diplomáticos o tuviéramos lepra. ¡Maldición! tal vez esta maldita cosa tenga algo que ver. Se la quité a Kazumi antes de transformarse en… en…

Hideki sostiene una enorme gema verde cuyo brillo ilumina los rostros de ambos.

– pubbies… chubbies…

– ¿Qué piensas Tetsuo?

– Creo que es una conspiración judeo-masónica para dominar el mundo. Fíjate que el travestismo, el spam y los monopolios han ido en meteórica alza los últimos años…

– ?

– BTW, creo que también nos persigue la mafia rusa.

En nuestro próximo episodio:

Fear the cutest

Gojira se levanta de las profundidades, come a los zombies de un tarascón, destruye Neo-Neo-Tokio y es vencido por los Power Rangers en una batalla desopilante (que involucra una escena con Woody Allen hablando con su analista, un organillero con un monito tití y un plan que involucra grandes cantidades de maíz pizingallo en una planta nuclear).

Nace un nuevo futuro

Nuestro héroe hace un curso de punto de poder en el Y.A.K. para enseñarle una lección a la mafia rusa.

8.7.06

12. Historias mínimas

Vestido con kimono sobrio (hakama negro, haori marrón) y geta, munido de un cepillo de dientes, y en pose sumamente indigna (rodillas y manos en el piso), Junishi Narazaki, de profesión contador, pero caído en desgracia, limpia con esmero un retrete del baño de damas ubicado en el piso 42 del Nakatomi Plaza. ¡Qué deshonra, qué injusticia!, se lamenta sin por ello dejar de fregar con su minúsculo adminículo, pero ya verán, Totzuki: cuando sientan los baños refulgir como dragón en el cielo y pienen que es una brisa primaveral lo que huelen, entonces sabrán que Junishi Narazaki es un trabajador duro y de confianza, y todo volverá a ser como antes, seré respetable otra vez...

Totzuki no le presta atención. Juguetón, en puntas de pie, logra finalmente mirar el interior de la botella de limpiador, pero al hacerlo inhala los vapores que de ella salen y se embriaga. Su pequeño cuerpo amarillo comienza a girar sobre sí mismo, como un trompo, cricricri es lo único que atina a decir; finalmente trastabilla y cae, volcando la botella y derramando su contenido. ¡Totzuki, deja de jugar!, se enoja el Sr. Narazaki. Ahora tendrá que limpiar también ese enchastre. Siempre en cuatro patas, retrocede, necesita buscar un trapo. Cuando está por incorporarse, siente que alguien a su lado carraspea con evidente fastidio. Su cabeza gira y ve los pequeñísimos zapatos negros con hebilla, los cortos zoquetes blancos, la mirada del Sr. Narazaki empieza a subir, remontando esas larguísimas y bien torneadas piernas, llega a las rodillas sin percibir el menor indicio de una falda; ésta recién comienza cuando promedian sus muslos, es de color azul marino y de tablas. Su mirada continua subiendo, pasa por la delgadísima cadera, trepa por la ceñida blusa blanca y llega finalmente hasta la cara, dos manchitas rosas constituyen la boca, la nariz es diminuta y triangular, su pelo es negro, como papel de seda cortado con tres tijeretazos pero los ojos.... los ojos son enormes, redondos (levemente alargados) y furiosos.

¡Sr. Nagazaki! exclama, con insolencia, cuando sus ojos finalmente hacen contacto. Éste se incorpora de un salto y retrocede, encorvado, como un niño esperando el castigo. Al levantarse, pisa la cola de Totzuki (yiaw!), quien, dolorido y asustado, se esconde, probablemente, detrás de un retrete. Gotas de sudor caen por la frente de Janushi Narazaki. La escena es grotesca, él ya ha cruzado los cuarenta años y tiembla dejando escapar un leve sollozo, ella en cambio por su aspecto recuerda a una colegiala, y lo era hasta hace pocas semanas. Pero es Akemi Komano, la única hija del Sr. Komano, presidente de la compañía, y desde hace poco tiempo, una de las ejecutivas más importantes. La llegada de la bella Akemi coincidió con la caída del pobre Junishi, pero no fue coincidencia. ¡Sr. Nagazaki!, ¡otra vez usted! ¡¿qué está haciendo en este lugar?! Paralizado, Junishi Narazaki no atina a decir una palabra, Akumi no espera respuesta y se va, probablemente a hablar con su padre.

Parado en la puerta del baño, el Sr. Narazaki es la desolación en persona. Cabizbajo, observa la geta en su pie derecho: una de las tiras de la sandalia se ha roto, ¿explicará eso tanta desgracia? A sus pies, Totzuki en cambio se ve animado, nervioso, ¡cricricri!, pareciera querer decirle algo. Janushi no entiende, pero levanta la cabeza y ve cruzar el pasillo, al fondo, a una figura familiar. ¡Eh, Totzuki, mira!, es Chihiro, ¿lo ves? ¡Mi sobrino Chihiro! Pensé que estaba de viaje, ¿y qué estará haciendo aquí? ¡Totzuki, quédate quieto! Pero qué desmejorado se lo ve... Y no se equivocaba, la pierna arrastrada, el tono verdoso de su piel, sus harapos, y lo peor estaba por venir. ¡Eh, Chihiro, muchacho, Chihiro!, Janushi Narazaki trata de llamar la atención de su sobrino pero éste no parece escucharlo. Ven, vamos a buscarlo, y se pone en camino. Totzuki, a sus pies, se prende con ambas manos al hakama de su amo e intenta frenarlo, inutilmente.

En cambio, sí consigue detenerlo el grito de terror de Akemi Komano. Viene de la otra punta del pasillo; Janushi se da vuelta. Como una estampida de elefantes, ve pasar a sus compañeros de trabajo, corriendo, empujándose, levantando una nada despreciable nube de polvo. Entonces la oscuridad, se ha cortado la luz, pero dura un segundo, las luces de emergencia lo devuelven a una realidad de verdosa fosforecencia. Akemi vuelve a gritar y Janushi corre en dirección de los gritos; va descalzo y Totzuki viaja prendido a su tobillo. Cuando llega a la zona de su antiguo cubículo, el espectáculo es desolador. Cientos de desconocidos en peores condiciones que Chihiro han irrumpido en el lugar y atacado a sus compañeros de trabajo. Reconoce a Hidetoshi, a Atsushi, a Masahi, están en el piso, sangrando, algunos con evidentes marcas de mordidas. Pero no se permite frenar, Akemi sigue gritando: una decena de extraños la tiene arrinconada. Ha logrado mantenerlos a distancia protegiéndose con una silla, pero cada vez se acercan más. Janushi no lo duda, y corre, da una pirueta sobre un escritorio y, congelado en el aire, piensa, "No sé lo que sucede, pero debo rescatar a la señorita Komano de esos seres del infierno!". Aterriza entre Akemi y los desconocidos. El primero en acercársele recibe una potente patada en el vientre que, literalmente, lo parte. En sus expertas manos, el cepillo de dientes se convierte en una poderosa arma: vuelan ojos y muchas traqueas son atravesadas. Totzuki se divierte pateando partes corporales definitivamente muertas.

Janushi ve caer al último de los desconocidos, tiene el cepillo de dientes irreversiblemente clavado en su verde frente. Sólo ahí nota unos brazos que lo sujetan con fuerza, con desesperación. No son verdes, y huelen a flores. El corazón de Janushi da un vuelco, pero no hay tiempo, los desconocidos forman un ejército. Janushi toma de un brazo a Akemi y corren por el pasillo. Son emboscados llegando a los ascensores, pero una certera patada en la máquina de gaseosa provoca una lluvia de latas que los protege. Toman las escaleras de emergencia, los gritos provenientes de los pisos inferiores les indican que es una mala idea bajar. Pronto llegan al último piso, al penthouse. La puerta está trabada, pero Janushi la derriba sin esforzarse. Corren sin dirección y llegan a una extraña habitación, parece un pequeño santuario, o lo que queda de él. Sólo se ven dos personas en pie, un anciano viejo como el mundo, y un hombre con aspecto de gorila, vestido con traje negro, arrodillado ante él. ¡Deténgalos, maestro, por lo que más quiera! implora, casi llorando. El anciano se da vuelta, ¡No puedo, no puedo! y con la mirada fulmina al gorila. Maldita, exclama el viejo, y mira el altar, casi con lágrimas en los ojos. Ve tres figuras alineadas pero falta una para que la alineación sea perfecta.

Janushi y Akemi no quieren ver más, vuelven por donde vinieron y doblan a la derecha. Janushi divisa un cuarto de la limpieza (ya sabe reconocerlos) y los guía en esa dirección. El cuarto es pequeño y apenas hay lugar para ellos dos, pero aquí estaremos seguros, señorita Komano. Sólo en ese momento Janushi se percata de que las ropas de Akemi se encuentran hechas añicos. De su blusa blanca no queda casi nada, y se pone colorado al observar su sostén rosa semi-transparente. Sus pechos son espléndidos, pero Janushi no quiere mostrarse deseoso. Akemi se pone en puntas de pie y le da un prolongado beso en la mejilla. En ese momento, Totzuki cae del techo (estaría agarrado a la lámpara), rebota en los pechos de Akemi y cae en sus brazos. Akemi y Janushi se sobresaltaron pero al reconocer a Totzuki comienzan a reir, Janushi se lleva una mano a la nuca y le caen lágrimas. Totzuki, al ver que todos ríen, ríe también. Ni Janushi ni Akemi lo advierten, pero sus cabezas irradian corazones rosas.

Oops!
Volviendo a nuestra historia principal, hay veces que los dados simplemente están en tu contra. Tetsuo y Hideki, el policía corrupto, descubren horrorizados que el túnel está bloqueado. No hay tiempo para dar marcha atrás -- zombies y Yakuzas son igual de malos. ¿Lograrán sobrevivir? Hideki recuerda que Kazumi le robó algo al Viejo; algo que, convenientemente, él le robó a su vez.
"Pero el amor es más fuerte"
Volviendo a nuestra historia principal, Hideki y Kazumi descubren que el amor que sentían es más fuerte que cualquier encantamiento zombie, y que la delgada línea entre la vida y la muerte es más delgada de lo que todos creen.

27.6.06

11. I used to love her.

Mierda. Me dormí mientras hacía guardia.

Fue el alarido de Kazumi lo que me despertó. La katana en una mano y la automática en la otra son un acto reflejo que mantuvo intacto mi pellejo todos estos años. El templo está prácticamente a oscuras, pero puedo sentir que hay algo acá adentro con nosotros. Algo peligroso. Algo que se arrastra torpemente hacia mí.

"¿Kazumi?" grito y disparo casi al mismo tiempo. Escucho un bulto desplomándose. Medio segundo; si era ella espero que se haya corrido. No se puede vivir dudando. El cuerpo no se mueve y se me hiela la sangre. Pero no, el grito de Kazumi sonó lejos -- ahora recuerdo que no se quedó durmiendo a mi lado.

¡No quedarse quieto! Corro hacia otra habitación del templo. Creo que es la morgue improvisada, pero los cuerpos no están. Ruidos y tropiezos. Trato de aguzar la vista, distinguir algo en la oscuridad. Algo... algo baboso se me acerca por la izquierda. Le disparo casi a quemarropa, el fogonazo del arma iluminando algo que mi cerebro capta por un segundo y olvida casi instantáneamente. ¿Eso era una persona?

Sigo en movimiento. Donde estoy ahora hay una ventana. La luz de la luna se proyecta suavemente y me deja ver a Kazumi, arrodillada en una esquina y agarrándose un brazo ensangrentado. En la pared hay manchas oscuras. A su lado, un cadáver yace con el pecho atravesado por una katana. Kazumi parece una loca, mirándome con sus ojos desencajados. Está pálida, a punto de desmayarse.

"Me... mordió" dice incrédula. "El hijo de puta me mordió el brazo". Yo también la miro, mientras intento entender qué me resulta más raro, si el hecho de que el atacante la haya mordido o que su cuerpo esté evidentemente podrido. El olor es insoportable. El tipo lleva meses de muerto. No intento comprender y por las dudas le pego cuatro tiros en la cabeza. Puro instinto, supongo. No sangra.

Me agacho junto a Kazumi. "Kazumi, no entiendo qué está pasando, pero tenemos que irnos del templo. Estos no son Yakuzas. Y por el ruido que hacen, deben ser al menos veinte o treinta." Giro a tiempo para disparar contra el hombre que entra por la puerta. El impacto lo hace desplomarse. ¿Chegu? ¡Pero si estaba muerto! Observo atontado cómo Chegu se levanta trabajosamente y vuelve a acercarse, gimoteante. El instinto vuelve a pegar duro y le vacío el cargador en la cabeza. Explota como un melón. Esta vez sí que hay sangre -- negra. Tiro la pistola al suelo. Adiós, compañera.

Opciones, opciones. Los ruidos que vienen desde la puerta me dicen que no es una alternativa. Alguien se acerca de las sombras y mi sablazo lo manda de vuelta por donde vino. Tiro de Kazumi y la obligo a levantarse. La salvaje asesina es una niña confundida y temblorosa. Casi no puedo reconocer a la mujer que tanto amaba y odiaba. Alguien me toca y le estrello el codo contra la cara, ganando segundos. "¡A correr!" Abrazo a Kazumi y me arrojo hacia la ventana, atravesando el vidrio estrepitosamente, justo a tiempo para escapar a unos dedos repulsivos que casi rasguñan mi espalda. "Hoy no", pienso como en los viejos tiempos, cuando la muerte esperaba en cada balacera. Hoy no voy a morirme.

Mi brazos sangran, cortados por los vidrios. Siluetas dibujadas contra la luna por todos lados. No corren, pero se acercan. Ya no les interesa el templo. Nosotros sí corremos, hacia el camino, yo arrastrando a una Kazumi que está cada vez más lenta, cada vez más torpe. Por encima del hombro echo miradas preocupadas a su cara blanca, los ojos idos, un hilo de saliva en los labios rojos.

Me canso rápido. No puedo arrastrarla más. A esta velocidad nuestros perseguidores apenas se quedan atrás. Maldito instinto de supervivencia. "Hoy no", vuelvo a decirme. Pero Kazumi... Es ella o yo. Kazumi...

Mi corazón pega un vuelco.

Adelante veo a alguien, otra silueta apenas, pero igual lo reconozco. La katana en su mano, su postura. Tetsuo. Un asesino. Un hombre del Anciano. Un ex-policía, como yo. Y estoy tan cansado. Me detengo. El cuerpo de Kazumi se desploma a mi lado. Mis propias rodillas tiemblan. Hoy... tal vez hoy sí sea el día.

"¡Hideki!" ladra, y reconozco mi propio nombre. Corre hacia mí, y la escena se desarrolla en cámara lenta, con una cierta gracia. Varias cosas suceden al mismo tiempo.

La espada tiembla en mi brazo. Tetsuo acorta la distancia. Un gruñido gorgoteante suena detrás de mi hombro. ¡No! Finalmente la espada resbala de mis dedos y cae durante siglos antes de enterrarse profundamente en la tierra blanda. Tetsuo está casi encima mío, la katana destellando. Una mano fría se clava en mi hombro. Ya sobre mí, se hace claro que la hoja de Tetsuo no me busca. Sus ojos rasgados flotan cerca mío. ¿Que me corra? "Hoy no", pienso, y obedezco saltando a un costado. El tiempo se acelera. La katana zumba en el aire y corta algo con un ruido asqueroso.

Kazumi. Su cabeza rueda, separada limpiamente del cuello. Su cuerpo queda arrodillado, como rezando. "Hijo de puta", grito, pero algo adentro mío ata cabos y comprende lo que puede. "Ya no era ella, Hideki. Era un monstruo, como esos que se nos acercan. Te salvé la vida. Y además, cumplo mi trabajo. Y ahora, vamos." Me devuelve mi espada. Si quiero vivir, debo seguirlo.

Nos subimos a su Mitsubishi. Tetsuo es mi enemigo, sí, pero algo lo preocupa más que yo. Tregua: me necesita. Al parecer al Anciano terrible algo se le escapó de control. Esta vez fue demasiado lejos, me dice. "Está loco". Puedo darme cuenta de que Tetsuo también está alterado. Y si él se preocupa, yo tiemblo.

Mientras arranca el motor, escucho otros autos que se acercan. "Yakuzas", gruñe Tetsuo. "Estúpidos". Nos alejamos y el Mitsubishi vuela por el camino hacia un túnel. El templo queda atrás para que los hombres del Viejo descubran sus horrores.

El auto se adentra en el túnel. Pienso en Kazumi muerta. Pienso en Chihiro. Sigo vivo.

"Hoy no."

"Historias mínimas"
La acción cambia a un grupo de oficinistas japoneses no relacionados con la Yakuza. Lo que sea que haya puesto en marcha el Anciano, empieza a afectar todo Japón. Cuando esta escena empieza, la luz se cortó en el edificio. Y los oficinistas no tienen pistolas ni katanas... ¿Se puede combatir zombies tirándoles latitas de coca-cola?
"Oops!"
Hay veces que los dados simplemente están en tu contra. Tetsuo y Hideki, el policía corrupto, descubren horrorizados que el túnel está bloqueado. No hay tiempo para dar marcha atrás -- zombies y Yakuzas son igual de malos. ¿Lograrán sobrevivir? Hideki recuerda que Kazumi le robó algo al Viejo; algo que, convenientemente, él le robó a su vez.

25.6.06

10. Zombie, de mi esperanza...

Despierto.

La luz lastima mis ojos, aunque es noche cerrada.

Estoy incómodo. ¿Tuve pesadillas? No recuerdo nada. Estoy aquí, ahora. No siento nada, no hay frío ni calor, no hay dolor, no hay olor, no hay protesta en los huesos. Nada. Trato de incorporarme, torpemente. Mi cuerpo no me responde. Es difícil moverme, eso me enfurece un poco. Siento que me incorporo con las piernas dormidas, pero sin las agujas que atraviesan el músculo acalambrado cuando comienza a despertar. Sé que no despertará. Ya no. Puedo sentir el frío desde adentro, apoderándose de todo.

Veo la llama que oscila, allá a lo lejos. Es una promesa de calor. Junto conmigo hay otros, merodeando, buscando lo mismo que yo. El hambre me retuerce las entrañas, apretándolas con garras de acero. Voy hacia la luz. No sabes que tienes sangre caliente corriendo por las venas hasta que se detiene. La sensación es inexplicable. Te deja vacío. Tengo hambre. Todo lo que deseo es recuperar lo que perdí.

Hambre. Avanzamos, hacia la luz, la promesa. Entonces los escucho, su risa resuena en mis oídos como campanillas de cristal. Hambre. Casi puedo verlos, hermosos, radiantes de vida, príncipes elevándose sobre la inmundicia del mundo. Hambre. Una nueva sensación se apodera de mí. ¿Es odio? No logro identificarla. Hambre, tengo mucho hambre.

Golpeamos las puertas que se interponen en nuestro camino, rompiendo sus maderas, muertas. Hambre. Entramos como una avalancha de tendones descosidos, un vómito de carne putrefacta avanzando hacia la manzana del paraíso. Hambre. Solo dura unos segundos, pero siento como si fuera una vida. Ella es hermosa. Su carne me hipnotiza. Hambre. Logro acercarme y en un rapto de victoria clavo mis dientes contra su tierno brazo.

Ahhhh… dulce nectar…

Siento su sangre derretirse en mis papilas, húmeda, cálida. La bebida de los dioses. La vida en mí boca, invadiéndome con un orgasmo supremo. No lo puedo resistir. El placer me hace gritar y afloja mis rodillas.

Un instante más tarde todo gira a mi alrededor, y empieza a oscurecerse. Puedo ver mi cuerpo, a varios metros de distancia, antes de que la luz termine de extinguirse por completo.

Ahora todo está oscuro.

Oscuro.

Vuelvo a dormir.

En nuestro próximo episodio:

I used to love her…
Nuestro protagonista se enfrenta a la terrible decisión: ¿primero sexo y después katana o primero katana (por si acaso) y después…?
(S)He is our last hope…
Matar o no matar a Katsumi. Tal vez hay una tercera opción más psicodélica que involucre una sacerdotisa vodoo, discos de Buddy Holly y grandes cantidades de heroína en un pollo de hule.

5.5.06

9. If the house is a-rocking...

Loco aquel que confía en la docilidad del lobo, la salud de un caballo, el amor de un joven o el juramento de una puta.

King Lear, William Shakespeare

Kazumi y el policía corrupto llegan a un templo buscando un lugar para pasar la noche sin llamar la atención. Abandonan el auto tras unos arbustos, lejos de la autopista y caminan hacia el pequeño templo, silencioso como una tumba.

Camina, callado, a mi lado. Recuerda sus años pupilo en el templo, el enclaustramiento, el encierro, las horas de meditación, los castigos físicos. El lugar donde se masturbó por primera vez, descubrió su sensualidad. Me los imagino. Son como animalitos, cachorros. Van por ahí, corriendo, creyéndose diferentes, superiores, el amo del mundo. Un mundo gobernado por absurdas fantasías, sexualidad reprimida, agresividad mal encausada. Delirios de grandeza.

Ingresamos al templo, húmedo, a oscuras, vacio. Me revela sus pensamientos. Piensa crear una organización terrorista para masacrar políticos y empresarios corruptos por el bien público.

—Aprenderán que un gran poder implica una gran responsabilidad. Es una cuestión higiénica, nada más.— Su voz retumba en las paredes, me da escalofrío.

Más delirios de grandeza. Somos piedras en un tablero de Go, incapaces de cambiar nuestro destino. Hasta que cierren nuestros puntos vitales…

Alguien abre la puerta de un golpe y se encuentra con nuestras katanas en su cuello. Él lo reconoce.

—Chegu.

Envainamos y el tal Chegu, golpeado y ensangrentado de la cabeza a los pies, cierra la puerta desesperado. Nos cuenta sobre el matrimonio que se estaba celebrando entre los cerros. La felicidad de los novios, el terror de los testigos cuando unos extraños comenzaron a descender las laderas. Indefensos, ignorantes de su cercano fin. Los extraños estaban horriblemente desfigurados, olían a guerra y muerte, y resistían todos los golpes que les asestaban. No tuvieron oportunidad.

—¿Cómo saliste vivo de allí?

—Es inconfesable lo que tuve que hacer para escapar de esa carnicería. El terror ha quedado grabado en mis retinas, ese es mi castigo.

—Estás mal herido.

Cuando logramos acostarlo en el piso ya no puedo sentir su pulso. Él todos sus conocimientos de kuatsu para intentar reanimarlo. Sin éxito. Las heridas son profundas y ha perdido mucha sangre, es tarde para hacer torniquetes y buscar hemorragias internas.

Nos miramos, y sin hablar nos preguntamos ¿qué sucedió tras el cerro?

Dejamos el misterio para otro momento y nos separamos para buscar en el templo algo que nos sirva.

Me encuentro en una especie de morgue improvisada, hay mesas con cuerpos cubiertos con sábanas.

—¿Encontraste algo?— Me pregunta.

—Sólo cadáveres ¿y tú?

—Encontré la habitación del maestro. Allí podemos pasar la noche. ¿Estás segura que había sólo cadáveres?

—Sí, miré bajo las sábanas...

Horas después me despiertan los golpes en la puerta. ¿Qué le pasa a este hombre?

No es él. Lo veo sobrevolar la cama katana y wakizashi empuñados. Arrojándose contra la puerta.

No lo hago esperar.

—¿No me dijiste que sólo había muertos?

—Juro que están muertos.

En nuestro próximo episodio:

Zombie de mi esperanza
La historia toma un giro, y es narrada desde la perspectiva de un zombie.
Sangre, sudoku y lágrimas
Nuestros amigos quedan encerrados en el templo por tiempo indeterminado y deben matar el tiempo...

11.4.06

8. No place is safe, only safer

El pavimento se desplaza a toda velocidad bajo las ruedas del auto. De Osaka, a mis espaldas, ahora sólo se distinguen sus líneas fundamentales y pronto éstas también se habrán fundido con el horizonte. Mi pie derecho está crispado, tensionado, al igual que todos mis músculos; es innecesario, el acelerador no irá más allá, pero a mi cuerpo parece no importarle. Querría detener el auto a un costado de la autopista, bajarme, caminar, relajarme, pero es preferible seguir.

En silencio, a mi lado, mi nueva compañera me da la razón. Estamos unidos de una manera tan fundamental que no necesitamos la mediación de palabras ni de gestos. Una mariposa se estrella contra el parabrisas y lo decora sutilmente con tonos de amarillo. Su vida fue efímera y su obra, víctima del acompasado ir y venir de las escobillas, lo es aun más. Pero, ¿cuánto hace que la encontré, bañada en sangre, en el penthouse del Anciano, y la tomé para mí? Lo que vive una mariposa en el sueño de una araña.

Dejé que la autopista se transforme en una angosta carretera. Hace horas que no se ven vehículos, y sin embargo, sé que vienen atrás. No sé hacia dónde voy, pero puedo contar con que no tardarán en estar ahí cuando llegue. Bien visto, no soy más que una pulga en un certero perro de caza.

Inundan mi mente imágenes que querría olvidar, imágenes del horrible Anciano y su habitación tapizada en sangre. Ahora me doy cuenta de que si no la hubiera tenido conmigo, no lo habría soportado. Sé que con su silencio humilde acepta mi reconocimiento. Ambos sabemos también que, presumiblemente, pronto tendremos que enfrentar (e inevitablemente matar) a su viejo compañero, aquel que cobardemente la dejó atrás en lo del Anciano. No le será fácil, pero sabe que mi mano será su firme sostén en el instante final.

Por un momento salgo del trance en que me hunde el vértigo y noto que las largas sombras de los árboles están por alcanzarnos. Pronto va a ser de noche. Vuelvo mi cabeza hacia la izquierda y me detengo a mirarla. Sus formas son casi perfectas; es fina y equilibrada. El desgaste producto de una vida sin duda difícil le ha dado una apariencia de debilidad que la hace ver inofensiva y es tal vez este detalle traicionero el que la convierte en una perfecta máquina de matar. Mi mirada se pierde en ese cuerpo negro manchado de sangre que oculta un alma que se presiente de frío acero. Se deja mirar en silencio, con indiferencia, ajena al peligro que intuyo en el erizarse involuntario de los cabellos de mi nuca. Rápidamente vuelvo la mirada al camino...

Sólo atino a volantear, violentamente, y pierdo el control por la alta velocidad.

Mientras el auto avanza descontrolado, girando como un trompo sobre sí mismo, siento calcada en mi retina la imagen del perro blanco que sentado en el camino nos enfrentaba. Sus ojos, de una crueldad infinita, amarillos como la humedad que lentamente tiñe el mármol, inconfundiblemente muertos, me miraban sin pestañar y se clavaban en el rincón más indefenso de mi alma. Imposible no reconocer esos ojos terribles.

Afortunadamente dejamos de dar vueltas cuando salimos de la ruta pero, a cambio, empezamos a alejarnos, a los tumbos, barranca abajo. No necesito engañar a nadie diciendo que fue mi pericia la que evitó que nos incrustáramos contra un árbol, pero creo que al menos logré detener nuestra marcha donde un camino de tierra atravesaba la cuesta. Me tomé un minuto para recuperar el aliento y arranqué nuevamente; todo camino es un camino.

Estoy obligado a avanzar lentamente. El camino serpentea colina abajo y nos rodea un bosque que se ve cerrado. La luz es cada vez menor. A mi derecha a unos cien metros creo reconocer la forma de un pequeño templo y adelante, siguiendo el camino, se divisan las luces de un poblado rural ubicado, tal vez, en el centro del valle. Ya había decidido entrar al pueblo cuando un fugaz destello en uno de los espejos llama mi atención. Detengo la marcha. Mal escondido, entre unos arbustos, puedo ver la cola de un convertible negro. Contengo la respiración. Es un Mitsubishi Eclipse y puedo ver claramente que lleva la marca de la Organización. Apago el motor. Los fugitivos están juntos y se encuentran refugiados en el templo; lo presiento.

La tomo con mi mano izquierda y salgo del auto. Deseo observarla una vez más, aprovechando los últimos rayos de sol. La desnudo lentamente y la acaricio con cuidado; descubro con mis dedos una muesca reciente en el filo. Sólo un necio no vería en ella la belleza de la mujer madura que ya ha probado ser mujer. La envaino con decoro.

A lo lejos por el camino, veo las luces de los autos de la Organización que se acercan. Pronto estarán aquí. También me parece divisar unas lejanas antorchas, como luciérnagas, que se acercan por el bosque, por ambos lados de la colina. Me dirijo rápidamente hacia el templo. Debo apurarme si deseo terminar mi encargo a tiempo para no cruzarme con los que vengan después.

If the house is a-rocking...
Testsuo encuentra a los dos fugitivos en el templo pero descubre que Kazumi no se fue con las manos vacías del penthouse del Anciano. El horror se encuentra a ambos lados de la puerta.
"Desopilante comedia de enredos!"
Tetsuo es descubierto en actitud sospechosa con su "nueva compañera" por Kazumi, que resulta ser su esposa, aunque ésta debe explicar por qué se encuentra en paños menores en compañía de quien fuera el mejor amigo de Testsuo cuando éste estudiaba en la Academia de Policía.

20.3.06

7. Pánico y locura en Osaka

"Mantén a tus amigos cerca y a tus enemigos aún más cerca, ¿eh Tetsuo?"

El Viejo estira un brazo tembloroso hacia mí y lo ayudo a levantarse. Su garganta está bañada en sangre, lo mismo que gran parte de la habitación. Alguna sangre es suya, pero la mayoría pertenece a la multitud de cuerpos que decoran el piso. Cuando baje el telón de este acto es probable que tenga que llamar a alguna agencia de limpieza discreta. Parte de mi trabajo como guardaespaldas y asistente personal del Viejo es ocuparme de este tipo de asuntos. A una distancia respetuosa, varios matones y jerarcas de medio pelo de la Yakuza contemplan nerviosos la escena. Imbéciles. Sólo ven sangre y cadáveres -- quizás alguno de ellos tiembla por una oportunidad perdida -- pero no ven la propia sangre aguada en sus venas. La sangre de la obsolescencia. No es ventajoso tenerla en nuestra Organización.

El Viejo está completamente desnudo, su desagradable piel lechosa salpicada de rojo. Nadie se rie. Nadie es tan loco.

"De Kazumi esperaba un ataque... es una mujer peligrosa. Me pregunto quién la contrató". Sus ojos amarillos recorren la habitación y se escuchan carraspeos nerviosos. Luego prosigue con voz burlona y algo gorgoteante, producto del tantō que le atraviesa la garganta. "Al otro no lo conocía. Alguien sin importancia hasta ahora, pero sin embargo lleno de recursos. Mató a mis mejores hombres para llegar al penthouse del Nakatomi Plaza. No estoy orgulloso de nuestra seguridad. Deberían estar avergonzados."

Más murmullos nerviosos.

"Sin embargo, todo estaba previsto. Tetsuo, es hora de jugar otro de mis juegos, ¿no te parece?", me pregunta. Apenas asiento. Sus preguntas suelen ser retóricas. "Las piezas están en el tablero. La Dama Negra y la Torre Blanca... mi frustrada asesina y el intruso desconocido. ¿Van a elegir pelear entre ellos o sobrevivir? Y por supuesto, necesitamos peones", prosigue la voz gorgoteante. "Para hacer más interesante el juego."

Un gordo sudado, un jerarca llamado Saburo, se aproxima dudoso y cabizbajo al terrible Anciano.

"S... señor. ¿Se encuentra bien?" Envalentonados, más de ellos se suman. "Deberíamos llamar a un médico..." "La pérdida de sangre..." "No muevan el estilete..." Cada uno intenta congraciarse, sumar puntos ante una situación que se perfila desfavorable.

Pero el Viejo sólo mira a Saburo, con esos ojos amarillos que tanto me inquietan, sonríe con dientes negros y estira un brazo de dedos largos y huesudos, y el Yakuza gordo y fofo lo mira horrorizado sin moverse, mientras los dedos se clavan en su garganta suave y el Viejo se babea, obscenamente excitado, y yo pestañeo asqueado ante el espectáculo del gordo que se va marchitando y arrugando mientras el río de sangre que brota del Anciano se detiene y desaparece. Su barba confuciana es ahora blanca, sin una mancha.

Finalmente, el saco de piel de quien alguna vez fuera un Yakuza con ambiciones cae al suelo con un chapoteo viscoso. Alguien vomita y se apresura a disculparse.

"Encuentren a esos dos y tráiganlos. Vivos, de ser posible. Muertos si no hay más remedio. Puedo hacer cosas con su carne. Cosas maravillosas. Toda La Carne Es Hierba, como dicen por ahí."

Ignoro dónde dicen eso, quizás en esa mierda del I Ching, pero es demasiado arriesgado quedarse a escuchar sus blasfemias. Conviene poner manos a la obra. Ni me pregunto por qué no capturó él mismo a los fugitivos cuando los tuvo a mano. Elijo a los matones que me parecen más competentes y tomamos el ascensor al estacionamiento. Cuando llegamos, notamos que falta uno de nuestros autos, un Mitsubishi Eclipse negro descapotable, una elección que se me antoja extravagante. Ignoro en qué vehículo huyó el otro; parece improbable que viajen juntos. Tendré que improvisar.

Mientras nos subimos a nuestros autos, pienso que es asombroso cómo, ante la locura inexplicable, el cerebro humano se adapta para sobrevivir. Nadie pregunta nada. Hacer preguntas es muy peligroso en este momento. Yo jamás las hago.

No cuestiono lo que ocurrió ante mis ojos. No cuestiono que el Anciano haya sobrevivido a un estilete en la garganta. No cuestiono lo que le ocurrió al gordo Saburo. Incluso no cuestiono que, cuando nos ibamos, creí escuchar el ruido de decenas de cuerpos alzándose torpemente desde el suelo resbaloso del penthouse. Puedo ignorar los gritos que escuché provenir de las gargantas de aquellos Yakuzas que no tuvieron la precaución de seguirme. Me imagino cómo guarda sus secretos el Anciano.

No cuestiono nada porque tengo una explicación perfectamente racional para lo que ocurre.

Estoy completamente loco.

Lo sé y no me afecta. De cualquier forma, no puedo más que seguir con el juego. Sólo puedo ver los ojos amarillos y los dientes negros del Anciano terrible, y sé que no hay vuelta atrás. Da lo mismo morir en una pesadilla que en la realidad. Acelero mi auto por la autopista que sale de Osaka. No tenemos mucho tiempo... tengo el presentimiento irracional de que el Viejo cuenta con otros medios para capturar a los fugitivos; de que un ejército repugnante se alista al amparo de la noche. Simplemente no quiero ver eso.

Comienza la cacería.

"No place is safe, only safer"
Los dos fugitivos, Kazumi y el policía corrupto, huyen juntos y se refugian en un pueblo rural fuera de Osaka, esperando el inevitable enfrentamiento con sus perseguidores. Pero los que vienen a golpear a las puertas no son quienes esperaban...
"Kazumi must die"
Tetsuo y el policía corrupto se encuentran cara a cara y descubren que, contra toda lógica, les conviene aliarse en contra de Kazumi. Para ello deben participar de una matanza de Yakuzas despistados que no entienden de alianzas cambiantes. Se revela quién contrató a Kazumi, y sorprendentemente no es ninguno de los Yakuzas.

15.3.06

6. La necesidad tiene cara de hereje

Hay momentos cuando la paciencia se quiebra, cuando el mármol de nuestro semblante se convierte en una fina capa de arcilla que explota en mil pedazos. Pude sentir cómo la sangre hervía en mi plexo, subiendo por mis venas hinchadas hasta transformarme en un demonio de la ira y la destrucción. Perdí el control. Nunca volví a sentirme más vivo.

En el yaccuzi, el Anciano nadaba en su propia sangre burbujeante, el mango de un estilete sobresalía de su oreja izquierda. Blanca como la nieve, todavía húmeda y exitada, en un rápido salto felino me arrojó el otro estilete, que esquivé por un pelo y me dejó un tajo sangrante sobre la ceja izquierda.

Vacié dos cargadores sobre ella, furiosos besos de despedida. Inútil. Era más fácil atrapar un colibrí en una taza de sake. Saltó hacia mi con una hoja de verdad. Mi Hattori Hanzo la encontró en el aire. Bailamos. Transpiro. Transpira. Veo el sudor correr desde los labios, los senos, los otros labios. Lampiños, deben ser suaves como la seda… La odio, quiero arrancarle la cabeza de un golpe. Nos trabamos. Soy más fuerte, la empujo. Lo próximo que veo es el mármol del suelo.

La barro con una patada en la pantorrilla y resbala con el piso mojado. Ahora estamos parejos. Golpeo mientras intento pararme, pero bloquea con el filo. ¡Imbécil! Mella mi katana. Grito con furia. Consigo darle un rodillazo en el pecho que la dobla en dos y golpea contra la pared. Medio parpadeo y está de pié: es flexible como el bambú. Por primera vez me mira, realmente, dos ojos negros y brillantes. Ahora ella también está furiosa. Bien. Disfrutaré ahoracándola con sus propias tripas.

Hay ruidos y ambos nos paralizamos, como si el tiempo se hubiera detenido. Una tregua no premeditada. Cuando la realidad vuelve a su sitio, los hechos corren más rápido de lo que puedo relatar.

Disparos. Gritos. Más sangre.

Todo empieza y termina en menos de un instante.

Respiramos agitados. Me apunta con su katana, invitándome a terminar el baile que empezamos. Abro la guardia mientras ella levanta la espada en shodan y se prepara para el relámpago final. Parece una buena forma de morir. Su golpe es viento a centímetros de mi oreja. Nos besamos frenéticamente, entre el sudor y la sangre. La golpeo con el dorso de mi mano, y la penetro con desesperación, mientras ella gime y se contornea como un pez. Cuando acabo lo hago con tanta fuerza que creo que vamos a estallar. Termino más exitado que antes, pero sin mediar una sola palabra ella toma su ropa y salimos. Si permanecemos un minuto más, será demasiado.

Hay cuerpos por todas partes. De todos los bandos. Piso con cuidado para no resbalar.

Los miro, y por primera vez en mi vida, siento que no quiero morir. La calidez del pensamiento me aterra hasta los huesos.

En nuestro próximo episodio

"Relato de una ida y una vuelta"
La historia de nuestra pareja de asesinos atraviesa por la etapa “road-movie”.
"Pánico y locura en Osaka"
Una serie de eventos bizarros desemboca en una explicación perfectamente lógica y racional (para un fumador de crack empedernido)

11.3.06

5. Por una cabeza

Golpean la puerta. Abro de mala gana. Un tipo intenta chantajearme con unas fotografías. Dice llamarse Walter Kovacs. ¿Qué clase de nombre es ese para una persona? También dice algo acerca de que saldrán en los periódicos si no hago lo que me pide. Le creo. Clavo mi kanto en su pecho. Si un pusilánime como ese llegó tan lejos, cualquiera puede. Las cartas están sobre la mesa, sólo resta jugarlas en el orden correcto.

Por un momento siento que mi vida no avanza, se arrastra como una babosa un día de lluvia. Se pierde en metáforas.

Regreso de mis cavilaciones de la peor forma. Un matón me toma por la espalda e intenta ahorcarme con un cable de acero. Esta no sería una buena muerte, y aún no es el momento. Necesito saber. No notó una kodachi en mi cintura. Se la hago notar, la desenfundo y clavo entre mis piernas. Da un paso atrás, sorprendido por el golpe. Aún no es consciente de su pérdida. Creo que todavía no siente el dolor, pero instintivamente sabe que, sea lo que sea lo que le pasó, no puede ser bueno. Me doy vuelta y hago un corte en cruz. Lo dejo intentando devolver sus tripas al lugar de donde salieron.

Me dirijo a la calle. Vuelve a llover. ¿Es que nunca se detendrá? Si hay un dios, llora por el futuro. En ese momento lo veo, desparramado en la acera, como dormido.

Hijos de puta. Mataron a Chihiro.

Yace sobre un charco de su sangre que se funde con la lluvia. Un hermoso cuadro. Sé que no es personal. Ese infeliz no sabía nada. Simplemente no querían testigos y él estaba en el momento justo en el lugar equivocado. No te vengaré Chihiro. Tu muerte es una liberación, un lastre menos.

Ingreso nuevamente, sé que puede haber otros esperándome, necesito recoger mis cosas. Aparece un grandulón en el hall. Amenaza con matarme, rio. Si lo hace, jamás obtendrán eso que tanto desean. Intenta asestarme un golpe. Lo tomo por la muñeca y corto el brazo por la articulación del hombro con mi Hattori Hanzo original. Utilizo el brazo para desencajarle la mandíbula de un golpe. Literalmente lo mato a golpes.

Sé que hay otro arriba. Me oculto en las sombras. Lo escucho bajar por la escalera, hace tanto ruido como un tractor. Es joven, inexperto. Lo atravieso velozmente, sosteniendo su mirada durante su último suspiro. Sus ojos entienden que no tuvo oportunidad. Como no la tengo yo.

Hay un cuarto. Lo atrapo con vida. Está perdido, y lo sabe. Puedo oler mi adrenalina tan bien como su miedo.

Aumento mi karma.

Lo ato firmemente a mi banco de pesas. Busco el brazo entre los restos de la pelea y lo golpeo, en la cabeza, en el cuerpo. Lástima que no puede ver con qué lo estoy golpeando, creo que mejoraría su actitud. Pero no quiero que tome consciencia de su situación. Aún no. Me divierto haciéndolo sufrir. Despejo su torso. Noto que es una mujer por sus pezones. No puedo decir que tiene senos, tal vez por la intensidad de sus ejercicios, tal vez siempre fue así, o un poco de ambas. Corto un rectángulo de piel de su pecho y hago origami con él. ¡Mira, una grulla!

Le quito la montera de la cabeza y logro que me diga su nombre. Un dato poco valioso, después de todo. Ambos lo sabemos. Es una metáfora del loto en flor. Muy poético. Y adecuado... Tiene el pelo largo. Qué bueno. Levanto su cabeza y comienzo a arrancárselo de a pequeños mechones. Un sudor carmesí cae sobre su rostro. Sus ojos se llenan de sangre, comienzan a mostrar una desesperación que jamás sintió. Me da una idea. Unto sus córneas con wasabi. Copiosas lágrimas de té verde caen de sus ojos. Se debate entre cerrarlos con fuerza o abrirlos hasta sacarlos de sus órbitas. No voy a ensuciar mis juguetes contigo, no vales la pena. Busco el costurero y recuerdo mis lecciones de acupuntura. Después de cinco agujas nota cuán doloroso es respirar. Después de quince, hasta su circulación sanguínea es una tortura. Me entristezco cuando se acaban. Me consuela recordar que están arreglando el piso y han dejado una clavadora eléctrica. Comienzo por sus rótulas. Introduzco tanto metal en su cuerpo que no podría levantarse aunque la desatara. Para mejorar su humor, toco una animada melodía con un martillo galponero y sus costillas.

Me dice lo que quiero saber. No me sorprende. Sabía con quienes trataba desde el comienzo. No le gusta mi comentario. ¿Te sorprende que lo haya hecho sólo por placer? Esto es sólo el comienzo, pocos podrían imaginar lo que se avecina.

La dejo amarrada. Este lugar ya no me sirve. Si no se desangra, morirá por inanición. Un final feliz para pimpollo.

Vuelvo a juntar mis implementos y continuo con el plan luego de este entremés. Me apresuro con la esperanza de adelantar al Anciano. Llego treinta y cinco segundos tarde. Me han burlado.

En nuestro próximo episodio

La necesidad tiene cara de hereje
Nuestro antihéroe se pasa a la tercera banda en discordia —un imperio de geishas, drogas y otros placeres— por un pago en especies.
I'm your father
El yakuza descubre su linaje y la historia se vuelve trillada.

1.3.06

4. "Oye, vecinillo, ¿puedo masticar tu orejilla?"

Faltaban varias horas para el encuentro y volví a mi departamento a descansar, pero no puedo dormir, ¿quién podría hacerlo puesto en mi lugar? O tal vez sea sólo que esta noche la botella permaneció cerrada. Un ejército de hormigas ciegas avanza desde el vientre hacia mi pecho, cerrándose como una tenaza; quisiera rascarme, frotarme hasta exterminarlas a todas, pero no me lo permito. Me pregunto si habrían sido así mis noches sin la compañía del sake, pero me respondo que ya no importa, que si he de ver otra noche todo deberá ser distinto. Necesariamente. ¿Distinto o diferente? No, basta, tengo que poner la mente en blanco.

Sé que tomé la decisión correcta. Esta ansiedad que me consume desde que llegué, que llena mi cabeza de imágenes inconexas, de preguntas sin sentido, de dudosas certezas; esta ansiedad que me tiene inquieto e involuntariamente despierto, esta ansiedad que no sentía desde... ¿hace cuánto tiempo que no me sentía tan inusualmente vivo como en este momento?

No, basta, tengo que recuperar el control de mí mismo. Me levanto y todavía a medio vestir salgo. Me detengo en la entrada de mi edificio, afuera la noche todavía llora por una ciudad que está muerta. Malgasta sus lágrimas, me digo, ¿o no es un hecho que en pocas horas saldrá de su largo sueño mortuorio? Es el orden natural de las cosas.

Me siento en las escalinatas y me distraigo mirando el accidentado viaje de una gota de agua por las hojas de un arbusto pequeño.

No habría podido decir si me fui quedando dormido. Cómo decidir si es una hoja la que se balancea por el peso de la gota que acaba de recibir o si soy yo el que comienza a cabecear. Es tan natural que ya no pueda distinguir una gota de la otra si, al juntarlas, todas son la misma gota. Y si el arbusto es ahora una mancha difusa, ¿no es razón suficiente para que ya no me interese y se convierta el arbusto, por ese sólo hecho, en una mancha difusa?

No habría podido decir si me fui quedando dormido porque todo es natural, esperable, como el murmullo de la lluvia, como el barro salpicando mis sandalias o el pequeño hilo de agua que recorre mi oreja, alentado por un rumor cálido de viento. El hilo de agua desanda el camino, son las frías hojas del arbusto las que ahora acarician mi oreja, están húmedas y juegan con mi lóbulo y se divierten y yo me divierto y me clavan sus dientes.

No hace falta saberse dormido para abrir los ojos, incorporarse de un salto y con una continuación natural del mismo movimiento tomar al extraño de los testículos y con el antebrazo en su cuello, estrellarlo contra la puerta cerrada. Llevo veinte años en el ramo, con un movimiento imperceptible mi codo le hará tragar su nuez de Adán, y son tal vez estos veinte años los que reprimen el impulso inicial. Con un extraño rictus en su cara, Chihiro me mira sin verme.

Es el muchacho que vi crecer y arruinarse. Tiene la mirada perdida y vidriosa pero también un brillo profundo en sus pupilas. Bajo la luz de mercurio, su piel parece haber adquirido un tono amarillo verdoso. Quién sabe dónde se encuentra realmente. Un golpe en el estómago lo deja sin aire, debería ser suficiente para que reaccione. Lo ayudo a sentarse y vuelvo a mi departamento. Pienso que nunca habría habido lugar para Chihiro en mi lista.

Pongo a calentar agua. Necesito un té de camomila. Mientras espero, busco el viejo cuaderno. Más de quince años de trabajo reflejados en sus novecientas noventa y nueve páginas de puntillosa caligrafía. Una entrada por cada encargo, con rigurosos detalles metodológicos. Pienso que esta meticulosidad me la transmitió mi padre, un maestro de sushi, al igual que la habilidad con los cuchillos. Doy breves sorbos al té mientras me detengo al azar en algunas notas. Es curioso que al ver cada una de las entradas consignadas pueda evocar los lugares y las caras de los involucrados. Ya no debe haber lugar en el infierno para todos ellos y los que los siguieron.

No sé si fue el té o recordar los tiempos en que disfrutaba mi trabajo, pero repentinamente tengo un humor excelente. Me ducho, me visto y preparo con calma mis implementos. Por mi ventana percibo el anticipo de los primeros rayos del día. Ya no llueve. Es el momento de salir; sé que el Anciano llegará temprano.

En nuestro próximo episodio

    "Bubbles make me dizzy"
    Cuando la temperatura sube, el Anciano le enseña a nuestro héroe que un Yacuzzi no siempre es el mejor lugar para un Yacuza
    "Por una cabeza"
    Al encontrarse con el Anciano, nuestro héroe descubre horrorizado que, una vez más, le ganaron de mano.

24.2.06

3. El extranjero misterioso

Camino como un espectro por las calles polvorientas de una ciudad envilecida. Nadie me nota. Una mujer revuelve en la basura, buscando los restos olvidados de alguna cena ajena. De la cintura para abajo solo arrastra dos muñones cubiertos con harapos, y luce sin orgullo una vieja cicatriz en la cara, de la frente al mentón, empañándole el ojo izquierdo. Conozco la hoja que la marcó. Hoy, solamente ella y yo sabemos que en algún momento de su vida debe haber sido hermosa. Ella intenta no recordarlo. Yo, en cambio, le doy una moneda. No me lo agradece.

La lluvia gris y sucia me azota la cara, resbalando por mi frente y mi impermeable, como lágrimas de azufre. Me gusta. Tal vez el cielo llora por nosotros, los condenados.

Entro a un bar. Tras un denso velo de humo ocre los comensales mastican sushi sobre mujeres desnudas. Sus ojos vidriosos de mezcalina miran el techo. Un obeso de pelo grasiento deja de jugar con el “mobiliario” y me sonríe con dientes de oro. Respondo su gentileza con un leve movimiento de cabeza. Pensar que antes de golpear chicas y vender las cloacas de sus putas era un luchador de Sumo famoso. La vida es así: un día eres el plato principal y al siguiente ya te has convertido en mierda.

Una risa desencajada rompe con la monotonía del ambiente. Entonces lo veo. Camisa floreada, pantalones cortos, portándose como si su tío Samuel fuera el Puto Rey del Universo. Tal vez lo sea. Un culatazo en la nariz es suficiente para convencerlo de que en realidad prefiere venir conmigo. Sus guardaespaldas se quedan cuidando mi plomo, dentro del cerebelo. Me gusta saber dónde dejo las cosas.

Atado a la silla, con la nariz rota chorreando sangre hasta su pecho, no me parece tan seguro de si mismo. Le quito la mordaza y le hago una pregunta.

Me escupe.

Respuesta incorrecta.

Juego al dentista con una pinza oxidada. No tengo mucho talento, pero después de romper algunos por la mitad consigo sacar uno entero, de raíz. Se lo muestro como un trofeo mientras todavía grita como un diablo. Casi se atraganta con su propio vómito. Lo ayudo a que no se ahogue y le hago notar que todavía quedan muchos. Vuelvo a preguntar.

Respira con dificultad, pero ahora parece más dispuesto a cooperar. Con un par de extracciones más, me cuenta lo que necesito saber: dónde será el encuentro (el real, no la pantomima para despistar a los idiotas), los invitados, las disputas, los territorios, todo.

Obtengo lo que necesito, me preparo para una muerte limpia (ya son pasadas las tres y mi estómago ruge de hambre). Entonces, ríe con fuerza. No está asustado, no de morir. Conozco el miedo a la muerte.

Me propone un trato. Dice que el anciano guarda algo de valor, algo por lo que vale la pena morir, peor aún, algo por lo que vale la pena vivir. Me cuenta lo que es y no le creo. Me cuesta hacerlo, pero es temor a la ilusión, a la esperanza, porque en el fondo cada fibra de mi ser sabe que es cierto. No me atrevo a escribirlo aquí, me dirán que estoy loco. Pero la idea se fija en mi mente como una serpiente de fuego.

Le corto la carótida con mi wakisashi, un roce rápido como la caricia del aleteo de una paloma. Muere casi de inmediato. Si no miente y tengo éxito, entonces me perdonará por haberlo matado ahora. No tendrá importancia. Volveré y le pagaré la deuda.

Voy camino a la reunión, pensando en todos los que hoy morirán. Salgo a la calle y el cielo sigue llorando gotas de plata sobre mi piloto negro. La muerte, el momento más importante de sus vidas. Llega en un instante, sin que lo esperes.

Y eso es todo.

Los envidio. Al menos ellos pueden escapar de toda esta basura…

En el próximo episodio:

"Té de cardamomo"

: nuestro yakuza sufre un flashback a su lejana infancia en el orfelinato.

"Oye vecinillo, ¿puedo masticar tu orejilla?"

: a medida que el body-count se eleva, el infierno rebalsa. Y todos sabemos lo que ocurre entonces...

21.2.06

2. Pull my finger

Una uña encarnada. Algo tan simple como eso determinó que, hace 20 años, me convirtiera en un yakuza. ¡Una uña encarnada!

Antes que eso, la vida como policía había sido bastante mala. Nunca tuve buen temperamento. "Reptil", me llamaban mis compañeros, creo que por mi habitual apatía, ocasionalmente alterada por exabruptos de violencia que nunca pude controlar. No tardé mucho en convertirme en un policía corrupto.

Un lío de drogas, en eso había caído. Tenía que presionar a unos dealers que no estaban haciendo sus "aportes" a los muchachos del Precinto. Pero ese día estaba de un humor terrible... por culpa de la maldita uña encarnada. Estábamos en la sala de interrogatorios. Uno de los tipos dijo algo que no me gustó, no recuerdo qué. Me dolía la cabeza. Miré a la cara al tipo, un imbécil grasiento con una sonrisa socarrona, los labios húmedos de saliva. La uña encarnada me latía. "Qué diablos", pensé, saqué mi arma y le volé la cabeza. Pedacitos de cerebro por toda la habitación. Rematé a los otros casi sin pensarlo, automáticamente, y huí.

Fin de mi carrera. El problema no era tanto el exceso de violencia, sino que había arruinado un negocio bastante bueno para las autoridades policiales locales y los había implicado directamente. Esta vez la había cagado. La única forma de evitar la ira de la policía era buscar la protección de la yakuza. No cualquier yakuza, sino la yakuza. La más importante de Japón. Y me aceptaron; buenos antecedentes no me faltaban.

Eso fue hace 20 años.

Ahora soy un yakuza, y ya estoy harto. No hay salida de esta vida. Nada tiene sentido. Excepto...

Excepto que mañana comienza la reunión anual interclanes. Todos los clanes de yakuza se juntan para redibujar territorios, acordar pactos, terminar rencillas y en algunos casos -- algo sangrientos -- "renovar" miembros de la plana mayor. Y esta vez el líder máximo va a estar presente. El Anciano, lo llaman con reverencia. Casi nadie lo ha visto. Sólo el Círculo Interno tiene acceso a él.

Se cuentan muchas historias sobre el Anciano. Yo no creo que sean ciertas. Tendría que tener más de 200 años. Creo que a algunos jefes sencillamente se les frió el cerebro, y se inventaron su propia religión.

Meros guardaespaldas y asesinos como yo no tienen esperanza de verlo, normalmente. Pero estoy harto de esta farsa y no me importan los riesgos. Hago mi propia suerte. Sólo quiero ver al Anciano, mirarlo a los ojos. Tal vez entonces encuentre un sentido a mi vida. No tengo un plan; no sé como sigue. Voy a improvisar.

Pero voy a ir armado.

No puedo dormir. Afuera, Chihiro hace ruidos molestos. Ya debe haber terminado su "viaje". Lo molería a golpes, pero en el fondo le tengo algo de cariño.

Mañana es el día.

En el próximo episodio:

  • "El extranjero misterioso": un extranjero (no oriental) se alía con el yakuza y le hace una curiosa propuesta.
  • "Plots within plots within plots": mientras se prepara la reunión interclanes, la policía se prepara para saldar cuentas con la Yakuza -- los arrestos son opcionales. Pero una tercera fuerza también está haciendo planes...

20.2.06

1. Un viernes

Osaka, una vez más. Aquí empezó todo. Hace, ya, veinte años.

¿Qué hago aquí? Soy sólo uno de un ejército de cruzados casi sin causa, carne de cañón. La clase de personaje anónimo que James Bond mata por docena en la más censurada de sus películas. Sin transpirar siquiera, y sin que a nadie le importe demasiado. Pero esto no es una película. Estamos aquí. No sé por qué te cuento estas cosas.

Soy miembro de la ONG más poderosa de Japón, del mundo. No, no somos GreenPeace, piensa de nuevo.

Sin embargo soy parte de algo grande, más grande que un cartel de la droga colombiana o de Wall Street.

Me hago pasar por un alto ejecutivo de una firma de cosméticos, al igual que media docena de mis pares. No lo soy, soy una rata, uno más. Otros tantos van de asesores, chupamedias, la fauna que se encuentra en cualquier reunión más o menos importante de negocios hoy en día. A quién le importa.

No creo en las hadas. Momento. La veo. El objetivo principal. Rubia, occidental, hermosa. Creo que si fuera otro debería sentir algo por ella, pero no lo soy. Ya no siento nada. Sólo quiero cumplir mi tarea, una vez más, y volver a mi refugio, un sucio apartamento en las afueras. Es todo lo que tengo.

Parece inofensiva. No me lo creo. No es el tipo de objetivo que estamos acostumbrados a tener. Siempre lo peor. Miro a los otros, ni una muestra de consciencia, de pensamiento.

Me desvío por el segundo pasillo a la derecha. Mi objetivo está en la siguiente habitación. Un gran espacio blanco, vacio, con un guardia gordo, dejado, sentado solo en una silla. Atravieso su estómago con el sable corto que llevaba oculto en el maletín. Sí, estudié medicina, un futuro que no fue, sé por dónde penetrar.

Veo la sangre brotar, formar un charco en el suelo impoluto. Veo el dolor y el miedo en sus ojos. La certeza de su muerte, y el deseo de que sea pronto.

No lo será. Me aseguré de ello.

Me siento vivo.

Será una muerte lenta, muy dolorosa. Al menos tres horas. Tengo tiempo. Me siento en su silla y lo observo.

Hace que me sienta joven otra vez. Como hace veinte años, cuando comenzó para mí.

Resuelvo el sudoku de su diario. Tardo quince minutos.

Me aburro.

Intenté engañarme, y no lo conseguí. No, no es como antes. Sólo es rutina. Uno más. Me preguntaste si llevo una lista, no. Alguna vez me pareció hasta didáctico. Ahora sé que una muerte menos no achicará mi infierno.

Infierno. No sé qué significa. No estoy seguro.

Despierto de mis cavilaciones. Termino su dolor. Corto su cuello y un trozo de él viola la blancura del muro.

Me voy.

Dejo la habitación. Blanca. Aséptica. Con una sola mancha, orgánica, repugnante, un destello de cordura.

Camino a casa. En la calle veo a Chihiro, un adolescente imberbe y drogadicto. Otra vez «de viaje».

A veces lo envidio.

Quisiera salir de todo esto, terminar con esta locura. No puedo creer que nadie haya sacado la basura. Mañana me las veré con el consorcio. Seguro. Lo disfruto más cuando no es trabajo.

Nuestro próximo capítulo es:

    "Memorias de una geisha"
    Se quita la ropa y es una geisha lesbiana y sadomasoquista que odia las feministas paranoides y es parte de la mafia para demostrarse que no está enamorada del jefe de los yakuzas.
    "Pull my finger"
    Nuestro personaje se hizo parte de la mafia por culpa de una uña encarnada.
 
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