A cool novel about ninkyō dantai (with a big surprise).

20.3.06

7. Pánico y locura en Osaka

"Mantén a tus amigos cerca y a tus enemigos aún más cerca, ¿eh Tetsuo?"

El Viejo estira un brazo tembloroso hacia mí y lo ayudo a levantarse. Su garganta está bañada en sangre, lo mismo que gran parte de la habitación. Alguna sangre es suya, pero la mayoría pertenece a la multitud de cuerpos que decoran el piso. Cuando baje el telón de este acto es probable que tenga que llamar a alguna agencia de limpieza discreta. Parte de mi trabajo como guardaespaldas y asistente personal del Viejo es ocuparme de este tipo de asuntos. A una distancia respetuosa, varios matones y jerarcas de medio pelo de la Yakuza contemplan nerviosos la escena. Imbéciles. Sólo ven sangre y cadáveres -- quizás alguno de ellos tiembla por una oportunidad perdida -- pero no ven la propia sangre aguada en sus venas. La sangre de la obsolescencia. No es ventajoso tenerla en nuestra Organización.

El Viejo está completamente desnudo, su desagradable piel lechosa salpicada de rojo. Nadie se rie. Nadie es tan loco.

"De Kazumi esperaba un ataque... es una mujer peligrosa. Me pregunto quién la contrató". Sus ojos amarillos recorren la habitación y se escuchan carraspeos nerviosos. Luego prosigue con voz burlona y algo gorgoteante, producto del tantō que le atraviesa la garganta. "Al otro no lo conocía. Alguien sin importancia hasta ahora, pero sin embargo lleno de recursos. Mató a mis mejores hombres para llegar al penthouse del Nakatomi Plaza. No estoy orgulloso de nuestra seguridad. Deberían estar avergonzados."

Más murmullos nerviosos.

"Sin embargo, todo estaba previsto. Tetsuo, es hora de jugar otro de mis juegos, ¿no te parece?", me pregunta. Apenas asiento. Sus preguntas suelen ser retóricas. "Las piezas están en el tablero. La Dama Negra y la Torre Blanca... mi frustrada asesina y el intruso desconocido. ¿Van a elegir pelear entre ellos o sobrevivir? Y por supuesto, necesitamos peones", prosigue la voz gorgoteante. "Para hacer más interesante el juego."

Un gordo sudado, un jerarca llamado Saburo, se aproxima dudoso y cabizbajo al terrible Anciano.

"S... señor. ¿Se encuentra bien?" Envalentonados, más de ellos se suman. "Deberíamos llamar a un médico..." "La pérdida de sangre..." "No muevan el estilete..." Cada uno intenta congraciarse, sumar puntos ante una situación que se perfila desfavorable.

Pero el Viejo sólo mira a Saburo, con esos ojos amarillos que tanto me inquietan, sonríe con dientes negros y estira un brazo de dedos largos y huesudos, y el Yakuza gordo y fofo lo mira horrorizado sin moverse, mientras los dedos se clavan en su garganta suave y el Viejo se babea, obscenamente excitado, y yo pestañeo asqueado ante el espectáculo del gordo que se va marchitando y arrugando mientras el río de sangre que brota del Anciano se detiene y desaparece. Su barba confuciana es ahora blanca, sin una mancha.

Finalmente, el saco de piel de quien alguna vez fuera un Yakuza con ambiciones cae al suelo con un chapoteo viscoso. Alguien vomita y se apresura a disculparse.

"Encuentren a esos dos y tráiganlos. Vivos, de ser posible. Muertos si no hay más remedio. Puedo hacer cosas con su carne. Cosas maravillosas. Toda La Carne Es Hierba, como dicen por ahí."

Ignoro dónde dicen eso, quizás en esa mierda del I Ching, pero es demasiado arriesgado quedarse a escuchar sus blasfemias. Conviene poner manos a la obra. Ni me pregunto por qué no capturó él mismo a los fugitivos cuando los tuvo a mano. Elijo a los matones que me parecen más competentes y tomamos el ascensor al estacionamiento. Cuando llegamos, notamos que falta uno de nuestros autos, un Mitsubishi Eclipse negro descapotable, una elección que se me antoja extravagante. Ignoro en qué vehículo huyó el otro; parece improbable que viajen juntos. Tendré que improvisar.

Mientras nos subimos a nuestros autos, pienso que es asombroso cómo, ante la locura inexplicable, el cerebro humano se adapta para sobrevivir. Nadie pregunta nada. Hacer preguntas es muy peligroso en este momento. Yo jamás las hago.

No cuestiono lo que ocurrió ante mis ojos. No cuestiono que el Anciano haya sobrevivido a un estilete en la garganta. No cuestiono lo que le ocurrió al gordo Saburo. Incluso no cuestiono que, cuando nos ibamos, creí escuchar el ruido de decenas de cuerpos alzándose torpemente desde el suelo resbaloso del penthouse. Puedo ignorar los gritos que escuché provenir de las gargantas de aquellos Yakuzas que no tuvieron la precaución de seguirme. Me imagino cómo guarda sus secretos el Anciano.

No cuestiono nada porque tengo una explicación perfectamente racional para lo que ocurre.

Estoy completamente loco.

Lo sé y no me afecta. De cualquier forma, no puedo más que seguir con el juego. Sólo puedo ver los ojos amarillos y los dientes negros del Anciano terrible, y sé que no hay vuelta atrás. Da lo mismo morir en una pesadilla que en la realidad. Acelero mi auto por la autopista que sale de Osaka. No tenemos mucho tiempo... tengo el presentimiento irracional de que el Viejo cuenta con otros medios para capturar a los fugitivos; de que un ejército repugnante se alista al amparo de la noche. Simplemente no quiero ver eso.

Comienza la cacería.

"No place is safe, only safer"
Los dos fugitivos, Kazumi y el policía corrupto, huyen juntos y se refugian en un pueblo rural fuera de Osaka, esperando el inevitable enfrentamiento con sus perseguidores. Pero los que vienen a golpear a las puertas no son quienes esperaban...
"Kazumi must die"
Tetsuo y el policía corrupto se encuentran cara a cara y descubren que, contra toda lógica, les conviene aliarse en contra de Kazumi. Para ello deben participar de una matanza de Yakuzas despistados que no entienden de alianzas cambiantes. Se revela quién contrató a Kazumi, y sorprendentemente no es ninguno de los Yakuzas.

15.3.06

6. La necesidad tiene cara de hereje

Hay momentos cuando la paciencia se quiebra, cuando el mármol de nuestro semblante se convierte en una fina capa de arcilla que explota en mil pedazos. Pude sentir cómo la sangre hervía en mi plexo, subiendo por mis venas hinchadas hasta transformarme en un demonio de la ira y la destrucción. Perdí el control. Nunca volví a sentirme más vivo.

En el yaccuzi, el Anciano nadaba en su propia sangre burbujeante, el mango de un estilete sobresalía de su oreja izquierda. Blanca como la nieve, todavía húmeda y exitada, en un rápido salto felino me arrojó el otro estilete, que esquivé por un pelo y me dejó un tajo sangrante sobre la ceja izquierda.

Vacié dos cargadores sobre ella, furiosos besos de despedida. Inútil. Era más fácil atrapar un colibrí en una taza de sake. Saltó hacia mi con una hoja de verdad. Mi Hattori Hanzo la encontró en el aire. Bailamos. Transpiro. Transpira. Veo el sudor correr desde los labios, los senos, los otros labios. Lampiños, deben ser suaves como la seda… La odio, quiero arrancarle la cabeza de un golpe. Nos trabamos. Soy más fuerte, la empujo. Lo próximo que veo es el mármol del suelo.

La barro con una patada en la pantorrilla y resbala con el piso mojado. Ahora estamos parejos. Golpeo mientras intento pararme, pero bloquea con el filo. ¡Imbécil! Mella mi katana. Grito con furia. Consigo darle un rodillazo en el pecho que la dobla en dos y golpea contra la pared. Medio parpadeo y está de pié: es flexible como el bambú. Por primera vez me mira, realmente, dos ojos negros y brillantes. Ahora ella también está furiosa. Bien. Disfrutaré ahoracándola con sus propias tripas.

Hay ruidos y ambos nos paralizamos, como si el tiempo se hubiera detenido. Una tregua no premeditada. Cuando la realidad vuelve a su sitio, los hechos corren más rápido de lo que puedo relatar.

Disparos. Gritos. Más sangre.

Todo empieza y termina en menos de un instante.

Respiramos agitados. Me apunta con su katana, invitándome a terminar el baile que empezamos. Abro la guardia mientras ella levanta la espada en shodan y se prepara para el relámpago final. Parece una buena forma de morir. Su golpe es viento a centímetros de mi oreja. Nos besamos frenéticamente, entre el sudor y la sangre. La golpeo con el dorso de mi mano, y la penetro con desesperación, mientras ella gime y se contornea como un pez. Cuando acabo lo hago con tanta fuerza que creo que vamos a estallar. Termino más exitado que antes, pero sin mediar una sola palabra ella toma su ropa y salimos. Si permanecemos un minuto más, será demasiado.

Hay cuerpos por todas partes. De todos los bandos. Piso con cuidado para no resbalar.

Los miro, y por primera vez en mi vida, siento que no quiero morir. La calidez del pensamiento me aterra hasta los huesos.

En nuestro próximo episodio

"Relato de una ida y una vuelta"
La historia de nuestra pareja de asesinos atraviesa por la etapa “road-movie”.
"Pánico y locura en Osaka"
Una serie de eventos bizarros desemboca en una explicación perfectamente lógica y racional (para un fumador de crack empedernido)

11.3.06

5. Por una cabeza

Golpean la puerta. Abro de mala gana. Un tipo intenta chantajearme con unas fotografías. Dice llamarse Walter Kovacs. ¿Qué clase de nombre es ese para una persona? También dice algo acerca de que saldrán en los periódicos si no hago lo que me pide. Le creo. Clavo mi kanto en su pecho. Si un pusilánime como ese llegó tan lejos, cualquiera puede. Las cartas están sobre la mesa, sólo resta jugarlas en el orden correcto.

Por un momento siento que mi vida no avanza, se arrastra como una babosa un día de lluvia. Se pierde en metáforas.

Regreso de mis cavilaciones de la peor forma. Un matón me toma por la espalda e intenta ahorcarme con un cable de acero. Esta no sería una buena muerte, y aún no es el momento. Necesito saber. No notó una kodachi en mi cintura. Se la hago notar, la desenfundo y clavo entre mis piernas. Da un paso atrás, sorprendido por el golpe. Aún no es consciente de su pérdida. Creo que todavía no siente el dolor, pero instintivamente sabe que, sea lo que sea lo que le pasó, no puede ser bueno. Me doy vuelta y hago un corte en cruz. Lo dejo intentando devolver sus tripas al lugar de donde salieron.

Me dirijo a la calle. Vuelve a llover. ¿Es que nunca se detendrá? Si hay un dios, llora por el futuro. En ese momento lo veo, desparramado en la acera, como dormido.

Hijos de puta. Mataron a Chihiro.

Yace sobre un charco de su sangre que se funde con la lluvia. Un hermoso cuadro. Sé que no es personal. Ese infeliz no sabía nada. Simplemente no querían testigos y él estaba en el momento justo en el lugar equivocado. No te vengaré Chihiro. Tu muerte es una liberación, un lastre menos.

Ingreso nuevamente, sé que puede haber otros esperándome, necesito recoger mis cosas. Aparece un grandulón en el hall. Amenaza con matarme, rio. Si lo hace, jamás obtendrán eso que tanto desean. Intenta asestarme un golpe. Lo tomo por la muñeca y corto el brazo por la articulación del hombro con mi Hattori Hanzo original. Utilizo el brazo para desencajarle la mandíbula de un golpe. Literalmente lo mato a golpes.

Sé que hay otro arriba. Me oculto en las sombras. Lo escucho bajar por la escalera, hace tanto ruido como un tractor. Es joven, inexperto. Lo atravieso velozmente, sosteniendo su mirada durante su último suspiro. Sus ojos entienden que no tuvo oportunidad. Como no la tengo yo.

Hay un cuarto. Lo atrapo con vida. Está perdido, y lo sabe. Puedo oler mi adrenalina tan bien como su miedo.

Aumento mi karma.

Lo ato firmemente a mi banco de pesas. Busco el brazo entre los restos de la pelea y lo golpeo, en la cabeza, en el cuerpo. Lástima que no puede ver con qué lo estoy golpeando, creo que mejoraría su actitud. Pero no quiero que tome consciencia de su situación. Aún no. Me divierto haciéndolo sufrir. Despejo su torso. Noto que es una mujer por sus pezones. No puedo decir que tiene senos, tal vez por la intensidad de sus ejercicios, tal vez siempre fue así, o un poco de ambas. Corto un rectángulo de piel de su pecho y hago origami con él. ¡Mira, una grulla!

Le quito la montera de la cabeza y logro que me diga su nombre. Un dato poco valioso, después de todo. Ambos lo sabemos. Es una metáfora del loto en flor. Muy poético. Y adecuado... Tiene el pelo largo. Qué bueno. Levanto su cabeza y comienzo a arrancárselo de a pequeños mechones. Un sudor carmesí cae sobre su rostro. Sus ojos se llenan de sangre, comienzan a mostrar una desesperación que jamás sintió. Me da una idea. Unto sus córneas con wasabi. Copiosas lágrimas de té verde caen de sus ojos. Se debate entre cerrarlos con fuerza o abrirlos hasta sacarlos de sus órbitas. No voy a ensuciar mis juguetes contigo, no vales la pena. Busco el costurero y recuerdo mis lecciones de acupuntura. Después de cinco agujas nota cuán doloroso es respirar. Después de quince, hasta su circulación sanguínea es una tortura. Me entristezco cuando se acaban. Me consuela recordar que están arreglando el piso y han dejado una clavadora eléctrica. Comienzo por sus rótulas. Introduzco tanto metal en su cuerpo que no podría levantarse aunque la desatara. Para mejorar su humor, toco una animada melodía con un martillo galponero y sus costillas.

Me dice lo que quiero saber. No me sorprende. Sabía con quienes trataba desde el comienzo. No le gusta mi comentario. ¿Te sorprende que lo haya hecho sólo por placer? Esto es sólo el comienzo, pocos podrían imaginar lo que se avecina.

La dejo amarrada. Este lugar ya no me sirve. Si no se desangra, morirá por inanición. Un final feliz para pimpollo.

Vuelvo a juntar mis implementos y continuo con el plan luego de este entremés. Me apresuro con la esperanza de adelantar al Anciano. Llego treinta y cinco segundos tarde. Me han burlado.

En nuestro próximo episodio

La necesidad tiene cara de hereje
Nuestro antihéroe se pasa a la tercera banda en discordia —un imperio de geishas, drogas y otros placeres— por un pago en especies.
I'm your father
El yakuza descubre su linaje y la historia se vuelve trillada.

1.3.06

4. "Oye, vecinillo, ¿puedo masticar tu orejilla?"

Faltaban varias horas para el encuentro y volví a mi departamento a descansar, pero no puedo dormir, ¿quién podría hacerlo puesto en mi lugar? O tal vez sea sólo que esta noche la botella permaneció cerrada. Un ejército de hormigas ciegas avanza desde el vientre hacia mi pecho, cerrándose como una tenaza; quisiera rascarme, frotarme hasta exterminarlas a todas, pero no me lo permito. Me pregunto si habrían sido así mis noches sin la compañía del sake, pero me respondo que ya no importa, que si he de ver otra noche todo deberá ser distinto. Necesariamente. ¿Distinto o diferente? No, basta, tengo que poner la mente en blanco.

Sé que tomé la decisión correcta. Esta ansiedad que me consume desde que llegué, que llena mi cabeza de imágenes inconexas, de preguntas sin sentido, de dudosas certezas; esta ansiedad que me tiene inquieto e involuntariamente despierto, esta ansiedad que no sentía desde... ¿hace cuánto tiempo que no me sentía tan inusualmente vivo como en este momento?

No, basta, tengo que recuperar el control de mí mismo. Me levanto y todavía a medio vestir salgo. Me detengo en la entrada de mi edificio, afuera la noche todavía llora por una ciudad que está muerta. Malgasta sus lágrimas, me digo, ¿o no es un hecho que en pocas horas saldrá de su largo sueño mortuorio? Es el orden natural de las cosas.

Me siento en las escalinatas y me distraigo mirando el accidentado viaje de una gota de agua por las hojas de un arbusto pequeño.

No habría podido decir si me fui quedando dormido. Cómo decidir si es una hoja la que se balancea por el peso de la gota que acaba de recibir o si soy yo el que comienza a cabecear. Es tan natural que ya no pueda distinguir una gota de la otra si, al juntarlas, todas son la misma gota. Y si el arbusto es ahora una mancha difusa, ¿no es razón suficiente para que ya no me interese y se convierta el arbusto, por ese sólo hecho, en una mancha difusa?

No habría podido decir si me fui quedando dormido porque todo es natural, esperable, como el murmullo de la lluvia, como el barro salpicando mis sandalias o el pequeño hilo de agua que recorre mi oreja, alentado por un rumor cálido de viento. El hilo de agua desanda el camino, son las frías hojas del arbusto las que ahora acarician mi oreja, están húmedas y juegan con mi lóbulo y se divierten y yo me divierto y me clavan sus dientes.

No hace falta saberse dormido para abrir los ojos, incorporarse de un salto y con una continuación natural del mismo movimiento tomar al extraño de los testículos y con el antebrazo en su cuello, estrellarlo contra la puerta cerrada. Llevo veinte años en el ramo, con un movimiento imperceptible mi codo le hará tragar su nuez de Adán, y son tal vez estos veinte años los que reprimen el impulso inicial. Con un extraño rictus en su cara, Chihiro me mira sin verme.

Es el muchacho que vi crecer y arruinarse. Tiene la mirada perdida y vidriosa pero también un brillo profundo en sus pupilas. Bajo la luz de mercurio, su piel parece haber adquirido un tono amarillo verdoso. Quién sabe dónde se encuentra realmente. Un golpe en el estómago lo deja sin aire, debería ser suficiente para que reaccione. Lo ayudo a sentarse y vuelvo a mi departamento. Pienso que nunca habría habido lugar para Chihiro en mi lista.

Pongo a calentar agua. Necesito un té de camomila. Mientras espero, busco el viejo cuaderno. Más de quince años de trabajo reflejados en sus novecientas noventa y nueve páginas de puntillosa caligrafía. Una entrada por cada encargo, con rigurosos detalles metodológicos. Pienso que esta meticulosidad me la transmitió mi padre, un maestro de sushi, al igual que la habilidad con los cuchillos. Doy breves sorbos al té mientras me detengo al azar en algunas notas. Es curioso que al ver cada una de las entradas consignadas pueda evocar los lugares y las caras de los involucrados. Ya no debe haber lugar en el infierno para todos ellos y los que los siguieron.

No sé si fue el té o recordar los tiempos en que disfrutaba mi trabajo, pero repentinamente tengo un humor excelente. Me ducho, me visto y preparo con calma mis implementos. Por mi ventana percibo el anticipo de los primeros rayos del día. Ya no llueve. Es el momento de salir; sé que el Anciano llegará temprano.

En nuestro próximo episodio

    "Bubbles make me dizzy"
    Cuando la temperatura sube, el Anciano le enseña a nuestro héroe que un Yacuzzi no siempre es el mejor lugar para un Yacuza
    "Por una cabeza"
    Al encontrarse con el Anciano, nuestro héroe descubre horrorizado que, una vez más, le ganaron de mano.
 
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